Un segundo en India

Soy un segundo en India.

Por Alberto Piernas

En este momento, un nenúfar crece a las afueras de Malarikkal, en el tropical estado de Kerala. Una libélula azul se funde bajo el agua, quizás también bajo esta piel, las nubes grises se fueron, el monzón dejó su estela. Hay una barca que penetra por las marismas de Munroe Island, y cae un pétalo de marigold en el último charco mientras un nuevo color brota de los saris tendidos junto al río Yamuna.

El visitante nº 730 del día entra en el Taj Mahal, otro selfie, un salto, quizás no era necesario. En otros mundos cósmicos, en el de Shiva o Lakshmi, el tiempo corre diferente, pero aquí todo cambia rápidamente: hay quien mira un nuevo avión despegar del aeropuerto de Mumbai y, con él, los sueños que vuelan como oraciones. La brisa mece las cenefas de mango en la puerta de la casa de Anegundi, dos niñas juegan en el río tras lavar la colada y un nuevo mono busca cacahuetes en la mochila de un turista extraviado en Hampi.

Los sabios escriben los rastros que la luna dejó la noche anterior sobre los templos astronómicos de Tamil Nadu, hay una ventana al universo en forma de vaca, perros por doquier, alguien se aparta al ver esa serpiente camuflada que salta de árbol en árbol en una playa de Goa. Dos amantes se hacen una promesa junto a una puerta azul en Jodhpur, alguien muere en Varanasi, todo renace y muere al mismo tiempo mientras un dios está mirando con los codos apoyados desde el otro lado del Ganges.

Alrededor del mundo, una mariposa agita la memoria del tiempo, un avión llega con retraso, tú no me has visto, podría haber estado bien comenzar a hablar de este viaje y volver a vernos en Jaipur, en Bangalore, en la falda de los Himalayas. El mar no llega hasta Mysore, pero hay olas de frutas, colores y aromas que todo lo inundan.

Y sudo, pierdo mi sombra y hago hueco a nuevas historias. Un rezo se eleva en los templos de Madurai, una nueva vela se enciende en la oscuridad y en malarikkal ya han crecido todos los nenúfares. Tiene algo de nostalgia, de susurro al infinito. Porque el tiempo en India nunca es lineal, es eterno y cíclico.

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