Svarga – Capítulo 5

Templo del Pavo Real

El aire cargado de polvo se cuela entre las ventanillas del destartalado autobús que abandona el corazón de Bangalore hacia la pequeña ciudad de Tumkur, a 62 kilómetros. Hay un hombre leyendo el periódico que, en ocasiones, levanta la vista, nos mira discretamente, aunque piense que no nos percatamos. El templo ‘pinchi’ del que nos habló Akhil está en algún lugar de la campiña, camuflado con el verde que tapiza toda la zona. Tras descender en la parada y convencer al tercer taxista de tuk tuk, conseguimos penetrar en una estampa rural ensoñadora: hay mariposas entre los árboles y niños descalzos que sonríen a lo lejos. El templo del pavo real, como también lo llaman algunos, luce en mitad de una llanura y, al atardecer, apenas queda gente. Peter y yo entramos en el complejo, caminamos hacia la puerta y, cuidadosamente, nos sumergimos en una estancia semivacía donde lucen tres cuadros de monjes jainas y una enorme réplica de un ‘pinchi’ original, o plumero de pavo real utilizado por los ascetas para apartar los insectos de los templos y así no pisarlos. Sentada junto a una puerta encontramos a una mujer cuyo rostro luce semioculto por un sari de color aguamarino. Juega con una llave, nos mira de la misma forma que el hombre que lee el periódico. Nos acercamos, parece que nos estaba esperando. Y se oculta la llave debajo de la ropa.

 

Svarga – Capítulo 3

Tras escuchar las indicaciones de una de las mujeres del Centro de Mujeres de Anegundi, Peter y yo nos dirigimos en moto hacia el Templo de Hanuman, ubicado en lo alto de una colina frente a las panorámicas de Hampi. En los puestos de la entrada se venden collares de flores, túnicas azafrán y pulseras de todo tipo y color, como destellos que entretienen a quienes llegan hasta aquí buscando algo. Sin embargo, desde todos lados tengo la sensación de estar siendo observado por mil ojos amarillos. Ascendemos por las escaleras del templo, entre escolares y mujeres descalzas, algo de sudor mientras en nuestras espaldas se dibujan las vistas crepusculares del río Tungabhadra recorriendo un mar de plataneras.

Peter dice que deberíamos preguntar por el sacerdote, llamado Umani, de forma discreta al llegar al templo. Tras alcanzar la cima, los peregrinos que acuden aquí para limpiar sus pecados se esparcen entre las enormes rocas, algunos contemplan el atardecer y otros alimentan a un mono que termina llevándose toda la bolsa con chips de banana. ¿Sabrá algo ese sacerdote sobre Svarga?, le pregunto a Peter una vez nos encontramos dentro de una de las extensiones del templo, una caseta de cemento con flores marchitas en el suelo. No hay nadie, la gente se encuentra al otro lado de las rocas, se hace silencio, huele a sándalo. Nos sentamos junto a una de las puertas orientadas al atardecer. Hasta que, de repente, noto una mano huesuda en mi espalda. Y grito.

Svarga – Capítulo 4

Peter y yo nos quedamos petrificados cuando, ante nosotros, se presenta un hombre de larga barba blanca. La noche ya ha alcanzado el templo de Hanuman, todos se han marchado y alguien ha encendido las velas en rangolis. Este hombre se hace llamar Akhil y ha preparado un kalash, una especie de recipiente a base de coco partido, agua y hierbas aromáticas cuya presencia induce a las mejores energías. Akhil sabe por qué hemos venido y cierra la puerta del templo, yo le pido que no cierre con llave, no lo hace, no hay nada que temer. A medida que pasan los segundos – que a ambos nos parecen – minutos, la palabra Svarga comienza a flotar en el aire, entre la estela de incienso y la mirada serena de Akhil. «Hay un templo en forma de pinchi» «¿Qué es un pinchi?» Él nos dice que se trata de una herramienta hecha a base de plumas de pavo real mediante las que limpiar los templos. «Está a 62 kilómetros de Bangalore, preguntar por el pinchi». Poco antes de irnos, Hanuman ha escrito unas coordenadas en el suelo de tierra de la nave del templo. Son las coordenadas de Svarga, pero antes, debemos pasar por el templo del pinchi. «Preguntad por Priya, ella es la custodia de ese templo». De repente, una ráfaga de aire entra por la ventana y apaga todas las velas encendidas. «No habléis de esto con nadie más», nos dice antes de volver a abrir la puerta.