
Sri Lanka, sin ubicaciones. © Aditi Das Patnaik
Hay muchas formas de viajar. Por ejemplo, a través de una Sri Lanka sin ubicaciones.
Por Alberto Piernas
Sri Lanka sin ubicaciones, solo sensaciones

Seremos y solo te diremos un lugar: la maravillosa Taprobane Island, en Weligama Bay, paraíso de surfistas. © Pixabay
Estamos acostumbrados a seguir una ruta de ubicaciones, no solo en la vida, sino especialmente en los viajes. Sin embargo, si te detienes entre un lugar y otro, si te pierdes entre los aromas de una callejuela o contemplas el atardecer en una playa sin nombre, descubrirás nuevas formas de sucumbir a un destino.
En este caso, elegimos Sri Lanka como la isla perfecta donde deleitarse con aromas, sabores y estampas que pertenecen a una tierra de coordenadas desconocidas, liberadoras.
Solo entonces, nos dejamos llevar por todas sus historias.

Ishara S. KODIKARA
Existe un lugar donde los hombres se encaraman a los cocoteros y fuman beedis entre arrozales y plantaciones de te. La tierra huele a mojado y las coordenadas son interrumpidas por el bajo vuelo de una garza. Podríamos hablaros de la exuberante Mirissa, de los alrededores de Colombo, o de una postal sin enviar desde las profundidades del Triángulo Cultural.

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Cuentan que muchas de las casas construidas alrededor de este yacimiento utilizan ladrillos que fueron robados de un yacimiento por descubrir y que fue desenterrado a principios del siglo XX. Hoy, la fe budista emerge de la tierra ceilandesa para transportarte entre los ecos del pasado, como sucede con otros muchos lugares de Sri Lanka.

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Existe un lugar de Sri Lanka al que van a morir las mariposas. El mismo donde se erige un templo que invita a peregrinar cada madrugada a fin de abrazar el mejor amanecer como recompensa. Los cristianos dirán que Adán dejó huella en esta montaña, pero los musulmanes aseguran que realmente fue Alá. Y los hindús, que Shiva dio la pisada definitiva. En cualquier caso, existen emblemas que conviene descubrir escalón a escalón (en concreto, unos 5.500), paso a paso, momento a momento.

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Todos pasan por Colombo, pero quizás no se detengan lo suficiente. Antes de tomar el tren a Sigiriya, o el sedan hacia las playas del sur, la capital de Sri Lana bien merece una cercana pausa allá donde las barcas de colores hablan con el mar y los mercados rezuman el aroma de pescado, coco y especias. Un minioasis donde asomarse a antiguos canales holandeses, sentir el verano interior bajo los árboles y reposar la cabeza en el codo de ese compañero junto al que contemplar el atardecer.

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Ellos tampoco te dirán su ubicación. Aquí la misión consiste en dejarte caer por las playas del sur en busca de los zancos en los que también parece apoyarse el cielo. Los pescadores zancudos comenzaron a usar estos palos en la Segunda Guerra Mundial para pescar sin detonar una posible bomba o herirse con restos de aviones derribados. Desde entonces, estos lobos de playa se mantienen frente al horizonte pescando… hasta que tú llegas, pides una foto y ellos estiran la mano. Quizás sea lo justo en tiempos de Instagram.

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Quizás no funcione el GPS, pero pueden hacerlo las luciérnagas, las aves, las sonrisas. En Sri Lanka muchas cosas mueren y renacen al mismo tiempo: se despliegan hogueras en los patios traseros, pero despierta un loto. Se pudre una fruta, caen cocos del cielo. La belleza no solo nace para ser fotografiada, inmortalizada, sino contemplada, como en las siguientes postales.
No necesitas todas las ubicaciones para tu próximo viaje a Sri Lanka.