“… pero ya es la víspera, y con el alba
armados de una ardiente paciencia,
entraremos en la espléndida ciudad.”
Rimbaud
Varanasi, (Benarés), es la ciudad más sagrada para los hindúes. Viajar a Varanasi – a un destino ansiado y también la ciudad donde muchos van a morir. Pero digámoslo abiertamente: Varanasi puede ser infernal. Especialmente el centro de la ciudad. Pero visitarla una vez en la vida, es una obligación para el viajero.
Ⓒ Foto cedida por nuestra viajera U.B.A. a Sociedad Geográfica de las Indias
Antes de que amanezca, una marea de peregrinos y visitantes se dirigen hacia el Ganges –el río sagrado-, muchos de ellos para cumplir el rito de la purificación mediante la inmersión en el río. Los varones lo hacen en calzoncillos o calzonas, las más de las mujeres vestidas con el sari. Relacionar purificación con sumergirse en las aguas putrefactas de este río se deja para los estudiosos, pero a la vista del hombre de otras latitudes, parece un despropósito completo. Pero el espectáculo, contemplado al amanecer en los ghats cerca del templo de Kashi Vishwanath, cuando el sol embellece aun más los saris de las peregrinas y dora las paredes de los templos, es indescriptiblemente emocionante, literalmente inolvidable. Contemplado en directo te deja perplejo.
Ⓒ Foto cedida por nuestra viajera U.B.A. a Sociedad Geográfica de las Indias
Para llegar allí, te abres paso entre una multitud de todas las edades- los hombres con ropas muy gastadas de color de azafrán- hay gran variedad de sonidos, y a medida que te acercas al Ganges la condensación humana se hace más y más densa hasta el punto de abrirte paso a empujones para no perder al guía. Luego damos un paseo por las calles muy estrechas en busca de algún templo y de los lugares de cremación –que parecen leñeras-. La zona entera es una inmundicia. Cagadas de vaca (“caca de vaca”, nos dicen continuamente cuando descubren nuestra nacionalidad), ratas, perros y naturalmente vacas –a veces tienes que subirte donde puedas para que puedan pasar. El olor de la madera o los cuerpos quemados contribuyen a crear un hedor notable. Al salir de este laberinto de calles Lalit exclama: “salimos del infierno”.
© Rixatrix
Al anochecer, junto al citado templo de Kashi Vishwanath se celebran ritos religiosos en honor del dios/río. Muy coloristas, enormemente estéticos, oficiados por jóvenes con rasgos occidentales. Con música en directo y sonidos producidos por la variedad de campanas que manejan los oficiantes, perfectamente coordinados. Lo vemos desde una terraza donde nos ha llevado Lalit, y por cuyo uso tenemos que pagar a un mal encarado por habernos conducido hasta allí. “Es un robo”, dice Lalit, completamente indignado porque alguien se aproveche de los asuntos religiosos. Para llegar a la terraza, hemos subido unas escaleras completamente a oscuras y atravesado una habitación parcialmente a cielo raso donde un anciano –que parece muy enfermo- se incorpora ligeramente al oírnos.
Salimos de allí en busca de nuestros conductores de rickshaw, taxis bicis, que están con otros muchos en un solar en ruinas completamente a oscuras, siniestro, y que daría la sensación que nos han llevado allí para asaltarnos. Nos van sacando con gran fatiga, a fuerza de pedales de la zona, entre un tráfico imposible, un ruido infernal de pitidos, altavoces de los templos, los propios gritos de los conductores de los rickshaws, las voces de la gente… Al llegar al microbús y luego al hotel, el silencio es extraño. Un lujo al alcance de pocos en la mítica ciudad.
J.J.C.
Ⓒ Taj Hotels (IHCL)