¿Qué podemos aprender de los monjes budistas para el confinamiento?

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Monjes budistas pintando mandalas

© Pixabay



En el techo del mundo, los monjes budistas fomentan los beneficios del retiro y la contemplación desde hace siglos. De Bután a Nepal, pasando por India y Sri Lanka, os desvelamos las mejores lecciones de los monjes budistas para afrontar el aislamiento.

Escrito por: Alberto Piernas

Durante años, los monjes budistas han pasado tiempo encerrados en templos repartidos por recónditas montañas. Un espacio donde misticismo y realidad se entrelazan, desplegando un marco de aislamiento que muchos podrían considerar «mágico» y del que se pueden extraer numerosas lecciones, especialmente en un período en el que el confinamiento a causa de la pandemia global nos obliga a pasar más tiempo en casa. Por ese motivo, estas lecciones de los monjes budistas para el confinamiento se convierte en un aliado que no entiende de religiones y creencias. Solo, de esperanza y trabajo diario:

1) El poder de la meditación

Monje budista meditando en Tíbet

La meditación, una de las mejores aliadas. © Pixabay

En el día a día de la fe budista, la meditación es uno de los principales aliados. Consolidado como una de las imprescindibles herramientas a la hora de gozar de una mejor salud física y psicológica, el arte meditativo se convierte en la forma de tomar conciencia de nuestra respiración, oxigenar el organismo, y estimular nuestra capacidad cerebral. A partir de este mapa de beneficios nace una capacidad para sonreír con mayor facilidad a la vida y la situación actual.

No importan los atajos que te lleven a esa felicidad interior: puedes desde utilizar meditaciones guiadas hasta combinaciones de números (cuenta de 0 a 10 a medida que inspiras, y si algún pensamiento te interrumpe, comienza desde cero). También puedes optar por el consejo de Katia, una de nuestras encargadas de Producción, y colocar una vela que contemplar durante el tiempo que dure el trance.

2) La esperanza, según el Dalai Lama

La esperanza no es solo algo bueno, sino algo MEJOR. Con estas palabras, el Dalái Lama deslumbraba a su público durante la conferencia que acompaña este texto. Tras meses de aprendizaje, los monjes budistas encuentran en la esperanza la llama mediante la que impulsar el alcance de sus objetivos. Si en tu caso algún día te encuentras algo más decaído debido al aislamiento, no olvides volver a ver este vídeo para descubrir esas pequeñas grandes enseñanzas para continuar adelante. (Antes de enlazar con una visita a la siempre mística India del Norte).

3) Escuchar

En el silencio pueden escucharse todos los matices. En concreto, aquellos que tú elijas. Aprende a fomentar la concentración y acariciar la atención con música: el de una olla hirviendo ese rico arroz basmati, el de una canción que te transporte a tus lugares favoritos o, simplemente, atendiendo al silencio que impera en estos días.

4) La concentración al pintar un mandala

Monjes budistas y un mandala

Pintar mandala, un ejercicio de meditación en sí mismo. © Pop Travel

Seguro que muchos de vosotros reconocéis esos típicos círculos de colores tan ligados a la religión budista. Concebidos como puertas a un universo infinito, los mandalas no solo suponen símbolos preciosistas del lejano Oriente, sino también el mejor motivo para incitar a la concentración pintando uno. Desde libros para «Pintar mandalas» hasta la posibilidad de crear una desde cero en casa con los más peques, el ejercicio en sí no solo engloba una total concentración, sino que también estimula aquellas partes del cerebro relacionadas con la motricidad y las emociones. Porque tal y como aseguró una vez el psiquiatra suizo Carl Jung: «Para mí un mandala supone el mejor representante del ejercicio formación-transformación».

5) Paciencia

Paciencia reloj de arena

© Pixabay

La paciencia es el principal aliado con el que contamos actualmente a la hora de asumir la situación. Sin embargo, a diferencia de lo que muchos puedan pensar, la paciencia no es sinónimo de pasividad ni resignación. De hecho, tal y cómo explica el budista Piper, «al menos haz tres intentos, ya que si la primera vez fallas, no puede ser considerado como fracaso». Esta lección es aplicable a cualquier aspecto de nuestra realidad actual, en la que seguir fomentando la paciencia y la ilusión por «lo que está por venir» se convierte más en una sugerencia que una obligación.

Para muestra, a continuación os dejamos con parábola sobre la paciencia englobada en los escritos Shasekishū, redactadas por el monje japonés Mujū Dōkyō en el año 1283:

Matajuro Yagyu era hijo de un excelente espadachín, pero su padre lo desheredó pues creía que no tenía la destreza suficiente. Avergonzado, Matajuro se dirigió al monte Futara, donde vivía un famoso espadachín llamado Banzo.

Sin embargo, Banzo lo rechazó confirmando el juicio de su padre:

—¿Deseas aprender conmigo el arte de la espada? No cumples con los requisitos necesarios.

Pero Matajuro no se dio por vencido:

—Si me esfuerzo y trabajo duro, ¿cuántos años tardaré en convertirme en un maestro?

—El resto de tu vida —le respondió Banzo—.

—No puedo esperar tanto, pero estoy dispuesto a soportar cualquier dificultad si aceptas enseñarme. Si me convierto en tu sirviente, ¿cuánto me tomará aprender el arte de la espada?

—Oh, tal vez 10 años —le dijo el maestro—.

—Mi padre está envejeciendo y pronto tendré que hacerme cargo de él. Si me esfuerzo mucho más, ¿cuánto tardaré? —porfió Matajuro—.

—Tal vez 30 años —le respondió sonriente Banzo—.

—¿Cómo es posible? —preguntó Matajuro— Primero dices 10 y ahora 30 años. ¡Soportaré las pruebas más duras para convertirme en maestro en el menor tiempo posible!

—Bueno —le replicó Banzo— en ese caso tendrás que quedarte conmigo durante 70 años. Cuando un hombre tiene tanta prisa como tú, tarda en obtener buenos resultados.

—Muy bien, acepto —dijo el joven comprendiendo que el maestro le estaba reprochando su impaciencia—.

El maestro ordenó a Matajuro no hablar sobre la esgrima y mantenerse alejado de la espada. Mientras tanto, cocinaba para su maestro, lavaba la loza y cuidaba el patio. Pasaron 3 años y Matajuro seguía haciendo las labores domésticas, pero cuando pensaba en su futuro se entristecía pues ni siquiera había empezado a aprender el arte de la espada. 

Un día, Banzo se acercó sigilosamente por detrás y le propinó un golpe con una espada de madera. Al siguiente día, mientras Matajuro preparaba el arroz, Banzo le salió al paso espada en mano. A partir de ese momento, Matajuro tuvo que defenderse de las inesperadas embestidas. Aprendió con extraordinaria rapidez, hasta que un día, antes de que se cumplieran los diez años de su llegada, el maestro le dijo que no tenía nada más que enseñarle.

Esperamos que estas lecciones del budismo para afrontar el confinamiento se conviertan en tus mejores aliadas antes de seguir descubriendo todos sus misterios en tu próximo viaje a India.

¿Quieres que te diseñemos un viaje exclusivo al Subcontinente Indio?

Comentarios

  1. Veronica

    Hola, estas enseñanzas se deberían aplicar en nuestra vida, agradezco haber encontrado estos textos. Así como también quisiera recibir más de ellos aunque sea x mail, Mis cordiales saludos desde Argentina

  2. rodofo zanzi

    Gracias.- Estuve en India, pero este mail me resulta un brillante que refulge en medio de la soledad que nos ha impuesto este virus, enemigo del mundo.- Quisiera seguir recibiendo vuestros envíos, será posible ?

    • SGI Autor

      Apreciado Rodolfo, muchas gracias por sus palabras. Claro que seguiremos enviándole mail y nos alegra que le haya gustado tanto. Reciba un cordial saludo de todo el equipo de Sociedad Geográfica de las Indias.

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