No dejaremos de viajar a Sri Lanka

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Playa de Mirissa en Sri Lanka vista desde el aire

Playa de Mirissa. © Tamos Malco Malik



 

Las ocho explosiones detonadas el pasado 21 de abril de 2019 en Sri Lanka nos alertan del terror, pero también de la necesidad de vencerlo. Porque el monzón más oscuro pasará, no dejaremos de viajar a la antigua Ceilán.

Escrito por: Alberto Piernas

“Nadie puede aterrorizar a toda una nación, a menos que todos nosotros seamos sus cómplices.”

(Edward R. Murrow)

Llueve en Sri Lanka

Fue hace tan solo unos meses cuando aterricé en la ciudad de Colombo, la más grande de Sri Lanka. Recuerdo entrar en un taxi y conversar con un ceilandés orgulloso de su tierra. De los mares de palmeras que franquean Negombo, de la influencia extranjera que acuñó la multiculturalidad de esta isla o de las cicatrices nacidas de guerras interminables o un mortífero tsunami. Episodios que han forjado un carácter único embriagado por esa paz budista tan característica de la isla favorita de Marco Polo.

Una paz que, a pesar de los enjambres de tuk tuks, experimenté durante mis primeras horas en Colombo y sus antiguos hospitales coloniales hoy reconvertidos en galerías de arte. En el barrio musulmán de Pettah, con sus bazares y sus mezquitas rojas. En esa Lotus Tower que simboliza el progreso y futuro de Sri Lanka. En sus atardeceres y en sus gentes. Pero este era tan solo el comienzo de un viaje que enlazaría con otros lugares como el Triángulo Cultural con Sigiriya a la cabeza, una ciudad de Kandy envuelta por colinas donde las campanas de un templo estremecían todo el valle o sus eternas playas.

Una nación tejida por la paciencia y la belleza.

Pescadores zancudos de Sri Lanka

© Aditi Das Patnaik

Sin embargo, el fulgor de esta pacífica isla se ha visto roto, en cuestión de segundos, por un terror que parecía inherente a la antigua Serendib, esa isla donde muchos fuimos a buscar nuestra propia serendipia (o hallazgo afortunado)

El impacto ocasionado por ocho explosiones detonadas en diferentes hoteles de lujo e iglesias de Colombo y Negombo, al oeste de la isla, y en Batticaloa, en la costa este, ha causado el caos en mitad de un país que se suma a la lista de lugares que a lo largo de la historia reciente se han visto afectados por el terrorismo.

Pero ya sale el sol

Durante las semanas posteriores al atentado acontecido en Sri Lanka, muchos fueron los viajeros que decidieron cancelar sus vuelos a la isla durante los próximos meses. A su vez, la caída del turismo experimentó una caída del 80% en apenas una semana mientras el toque de queda se imponía a lo largo y ancho de todo el país. Sí, todo parecía perdido.

Por suerte, transcurrido algo más de tiempo desde aquel infame Domingo de Pascua, las cosas comienzan a cambiar en la Perla del Índico, llevándonos a confirmar que, en efecto, acudir ahora a un país al que todo el mundo mira con recelo lo convierten, paradójicamente, en un paraíso ideal para perderse. Uno que también hoy se esfuerza por ser más seguro que nunca.

Sumado a iniciativas como Love Sri Lanka, un proyecto en el que diferentes organismos y agencias comentan el día a día en la isla tras el atentado, el toque de queda se ha diluido y comienzan a llegar los primeros testimonios de aquellos viajeros que no decidieron cancelar sus viajes. Y las reacciones son de lo más halagüeñas.

En una isla en la que, como todo destino de moda, las masas comienzan a inundar ciertos lugares turísticos, la actual situación permite disfrutar de un paraíso semi vacío y silencioso, lo cual hace sentir al viajero como una especie de Robinson Crusoe.

A su vez, los controles de policía en taxis, trenes y otros medios de transporte permiten al turista sentirse más seguro en un país que ha doblado las precauciones.

Todo ello, por no mencionar el intento de los ceilandeses por volver a los buenos tiempos abaratando el costo de sus productos a fin de salir adelante.

El terror no viaja

Viajar a Sri Lanka en agosto - Cosecha del te

© jürgen Scheffler

A pesar del potencial de Sri Lanka, la conocida como «lágrima de la India» sufrió el impacto del famoso tsunami acontecido el 26 de diciembre de 2004 y de una guerra civil que finalizó en 2009, año en el que el país sumaba un total de 448 mil turistas anuales. Para 2017, la cifra ascendió a 2,11 millones de viajeros encandilados por una isla que por fin parecía respirar tranquila.

Una década que regalaba a la isla la recompensa merecida tras tantos años de sufrimiento en forma de hitos como la elección de Mejor Destino 2019 por la editorial Lonely Planet o la intención de la isla por alcanzar los 4.5 millones de turistas en 2020. Previsiones que se han visto alteradas debido a los recientes atentados.

Pero la historia del terror reciente no es nueva. Ha sucedido en Turquía y en Bali, en Egipto y en París, en Túnez y Nueva York; en el corazón de Madrid. Capítulos manchados de sangre que incitan a retar al miedo de la forma más justa: visitando ese destino y disfrutarlo como mejor forma de desprendernos de su yugo y, con cada caso, invitar a nuevos tiempos de paz.

La misma que, esperamos, muy pronto vuelva a colarse en un taxi mientras su conductor sonríe, orgulloso, de pertenecer al paraíso.

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